Recuerdos de la última guerra carlista

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Recorre los escenarios de las batallas más decisivas de la tercera guerra Carlista, la última lucha que enfrentó los liberales contra los carlistas durante el siglo XIX.

Dios, Patria, Fueros y Rey. Este era el lema de los carlistas, un movimiento político que se alzó en armas hasta tres veces contra el régimen político español a lo largo del siglo XIX. En esta ruta visitaremos, de la mano de la historia y de la literatura, algunos parajes de la Garrotxa que fueron protagonistas en la tercera guerra Carlista (1872-1876). Nos acompañará Marià Vayreda (Olot, 1853 – Barcelona, 1903), que no solo vivió en persona los acontecimientos que repasaremos, sino que también los relató de forma magistral años después. Además de pintor, al igual que su hermano, Joaquim Vayreda (Girona, 1843 – Olot, 1894) fue uno de los mejores narradores catalanes de la época. En su obra Records de la darrera carlinada (Recuerdos de la última guerra carlista), nos cuenta su experiencia en la guerra desde un punto de vista personal y singular: el de un muchacho que se alista en el ejército para buscar aventuras y defender sus ideales. Las raíces del conflicto las encontramos en el enfrentamiento ideológico, económico y político de los carlistas contra el gobierno central, pero especialmente contra la modernidad, el progreso y las políticas liberales a las que el Estado se estaba abriendo a lo largo del siglo XIX. De hecho, cuando se inició la tercera guerra Carlista hacía menos de treinta años que había finalizado la segunda, en la cual, como en todas, los carlistas fueron vencidos. Precisamente, fue después de esta segunda donde situamos la otra gran obra de Marià Vayreda: La Puñalada. Volviendo a la guerra que nos ocupa, tenemos que situarnos en 1872. Al principio de los enfrentamientos, los carlistas consiguieron varias victorias asaltando y tomando varias poblaciones, como por ejemplo, Castellfollit de la Roca o Santa Pau. En este último municipio, en junio de 1872, llegó una partida carlista que se hizo con el pueblo y, para dejar constancia simbólica de su victoria cortaron el árbol de la libertad que habían plantado los liberales. Además, por si eso no fuera suficiente, con la madera del árbol hicieron una cruz, símbolo cristiano por excelencia. Esta es solo una muestra de la fuerte carga ideológica que tenía esta guerra. Precisamente en el Sallent de Santa Pau había la masía Can Batlle, propiedad de un carlista, que se convirtió en lugar de acogida y apoyo para las unidades carlistas que transitaban por la comarca. Entre otras personalidades aquí se hospedaron, por ejemplo, Alfonso Carlos, hermano del pretendiente carlista al trono, Carlos VII, y su esposa, María de las Nieves de Braganza. Alfonso Carlos había llegado a la Garrotxa con órdenes de solucionar los conflictos entre los mismos carlistas de Cataluña, unificar las partidas y construir algo parecido a un ejército. Pero la misión ya empezó mal porque uno de los máximos responsables de los combatientes carlistas de Cataluña, el general Francesc Savalls, no fue a recibirlo en la frontera y pasaron unos días hasta que se encontraron. Finalmente, se reunieron en la ermita de Santa Maria de Finestres, donde ambos llegaron indignados. Alfonso Carlos porque Savalls no había ido a recibirlo y Savalls porque habían nombrado comandante militar carlista de Cataluña al general navarro Larramendi, en vez de a él. Fue un encuentro entre dos mundos opuestos. A pesar de luchar en el mismo bando tenían intereses diferentes; uno defendía a Cataluña, mientras que el otro al poder central. Savalls procedía del mundo rural y de hacer la guerra en la montaña, mientras que Alfonso Carlos era amante de la comodidad de los palacios del centro de Europa. Los galones, la sangre y las promesas del aristócrata no consiguieron que Savalls aceptara Larramendi como comandante militar porque, entre otros motivos, sabía que los combatientes lo seguirían a él y a nadie más. Finalmente, consiguió que retiraran el poder militar a Larramendi y que se lo traspasaran formalmente a él, un hecho de carácter formal, ya que en la práctica ya lo tenía. A medida que los meses pasaban, la comarca de la Garrotxa seguía siendo uno de los epicentros de la guerra en Cataluña. Uno de los episodios más dramáticos tuvo lugar en agosto de 1873. El día 20, el ejército carlista atacó el pueblo de Tortellà, conocido por su liberalismo y su oposición carlista. Lo cierto es que Savalls y sus hombres querían hacer pagar a Tortellà su apoyo público a los liberales. Los carlistas asaltaron el pueblo y la mayoría de habitantes huyeron hacia las montañas para refugiarse. No obstante, un grupo de 42 defensores llamados Voluntarios de la Libertad se hicieron fuertes en la iglesia. Los carlistas intentaron asediar la iglesia, pero los voluntarios resistieron hasta el día 23 de agosto, mientras esperaban refuerzos. Primero llegó allí un pequeño ejército liberal desde Olot, pero fue repelido fácilmente por los carlistas. Después, una columna de 400 hombres llegó desde Girona y expulsó a los carlistas. No obstante, antes de irse, los carlistas quemaron las casas de destacados liberales del municipio. Esta batalla quedó grabada en el imaginario colectivo del pueblo de Tortellà y se conmemoró durante años. Justo al día siguiente, el 24 de agosto de 1874, tuvo lugar una batalla muy cerca de Tortellà, en el camino que desciende hasta Argelaguer. Esta batalla la podemos revivir en primera persona a través del capítulo “La Barreja” (La Mezcla) del libro de Vayreda. El autor nos cuenta los ires y venires de los combatientes, como se vivía el intercambio de disparos y como la caballería era inútil en esta geografía llena de pendientes y viñedos, que no permitía a los caballos moverse ni formar. También nos cuenta una escena donde le piden a Vayreda que remate a un soldado enemigo, pero, aunque lo intenta, no puede. No obstante, el acto de valor le supone igualmente un ascenso en la jerarquía del ejército carlista. En 1874 ya hacía dos años que estaban en guerra. Durante este tiempo los carlistas no habían conseguido demasiadas victorias en el ámbito catalán y mucho menos en el español, de modo que no consiguieron dominar territorios ni ciudades importantes. A pesar de eso, sí que se habían apoderado de casi toda la comarca de la Garrotxa, a excepción de la ciudad de Olot, que tenían bajo asedio. En este contexto se produjo uno de los acontecimientos más determinantes de la guerra: la batalla del Toix. Una columna de liberales salió de Girona para liberar a Olot del asedio de los carlistas. Esta columna estaba bajo las órdenes de un general del Empordà: Nouvilas, republicano y capitán general de Cataluña, nombrado por el presidente de la República Pi i Maragall y citado repetidamente en el libro de Vayreda. De hecho, era uno de sus enemigos más habituales. Mientras tanto, los carlistas, bajo las órdenes del general Savalls, se hicieron fuertes en Castellfollit de la Roca para detener la columna que subía desde Girona. La mañana del 14 de abril de 1874, la tropa liberal se desvió hacia Tortellà y Plansalloses para sorprender a los carlistas que esperaban que subiesen siguiendo el río. Cuenta la leyenda que los carlistas se dieron cuenta de la maniobra debido al reflejo del sol en las bayonetas. Sea como fuere, los conservadores ocuparon rápidamente posiciones estratégicas en la montaña y cuando los liberales se percataron de ello ya estaban a tiro de los carlistas. Habían caído en la trampa, provocando que los carlistas consiguieran una de las victorias más importantes de la guerra. Solo tenemos que repasar el botín: 150 caballos, 2.000 fusiles y 1.800 prisioneros. Dos días más tarde de la batalla del Toix, el día 16 de abril de 1874, Olot se rindió y Savalls subió al balcón de la Casa Solà-Morales y reivindicó los fueros de Cataluña. El discurso de la victoria acabó con estas palabras: “Romped filas y a engendrar carlistas”. Esta proclama nos da una idea del desenfreno y las fiestas que protagonizaban los carlistas cuando entraban en las poblaciones después de una victoria. Vayreda explica que cuando una partida carlista entraba en un pueblo, aquella noche se lo pasaban bien tanto los carlistas como los jóvenes del lugar y en las tabernas hacían un buen negocio. En definitiva, una manera de actuar que contrasta con la actitud supuestamente católica y conservadora del mismo movimiento carlista. El dominio carlista en Olot se mantuvo casi un año, aunque se veía claramente que la guerra tocaba a su fin, porque los carlistas solo acumulaban derrotas. Olot volvió bajo control gubernamental, es decir, liberal, el 18 de marzo de 1875, cuando los carlistas, ante un ejército muy superior, tuvieron que huir y refugiarse nuevamente en la montaña. Durante esta época de ocupación carlista se editó “El Iris. Periódico Católico Monárquico”. Con solo leer el subtítulo nos hacemos una idea de la orientación ideológica de este periódico que se publicaba los martes, los jueves y los sábados. En esta publicación podemos encontrar proclamas bélicas y políticas de los carlistas. Otra de las consecuencias de la guerra, en este caso en el ámbito patrimonial, es la construcción de las torres de Sant Francesc, en el cráter del volcán Montsacopa. Estas torres se utilizaron para defender la ciudad durante los asedios carlistas. Es por este motivo que no están orientadas hacia la ciudad, como la capilla de Sant Francesc, sino hacia el norte, para repeler los ataques. Las torres fueron reconstruidas justo después que los carlistas huyeran, por si acaso volvía a haber otra guerra, lo que jamás se produjo. También, para defender Olot, fueron de gran importancia las murallas que rodeaban la ciudad, aunque poco después se derribaron para permitir el crecimiento de la ciudad hacia los nuevos barrios. A pesar de ello, todavía podemos encontrar un pequeño tramo en la calle Pintor Domenge, bajando del Montsacopa. El 26 de marzo de 1875, en el hostal de La Corda, cerca de Riudaura, el general Savalls se reunió con el general del gobierno Martínez Campos y, sin reconocer explícitamente al rey Alfonso XII como legítimo rey de España, aceptó una tregua que, a efectos formales, era lo mismo. De esta manera, se puso punto final a la tercera guerra Carlista en la Garrotxa. Sin embargo, los fusilamientos de carlistas continuaron por un tiempo. Marià Vayreda había huido poco antes. Nos lo explica en el capítulo titulado “Calvari” (Calvario), donde podemos leer su situación personal y, al mismo tiempo, repasar el estado de ánimo carlista: “Devorado por la fiebre y medio perdida la consciencia de mi propio ser, me encontraba tendido encima de una márfega de farfollas, dura y rocallosa como un montón de grava. Pero no era eso lo que más me dolía: tenía la mano izquierda agujereada como la de un Cristo”. Así pues, con la mano herida y manoseada por un médico torpe quiso llegar al hospital de Besora, en las montañas de Vidrà. Para hacerlo tuvo que cruzar tres ríos en tres días: el Cardener, el Llobregat y el Ter. Enfermo y con poca ayuda, finalmente, consiguió llegar a Vidrà, pero al entrar en el que había sido el cuartel general se encontró con una gran desolación. Esta situación lo empujó a huir hacia Francia. Con 23 años empezó una nueva vida como aprendiz de pintor y, poco después, volvió a Barcelona y Olot, donde cultivó ambas artes: primero la pintura y más tarde la literatura. Su historia puede bien ser una metáfora del país que, desgastado después de tanta guerra, vuelve de nuevo a la rutina para encarar el final del siglo XIX y empezar el siglo XX.

Si conocemos bien el periplo por la Garrotxa de Alfonso Carlos, el hermano del pretendiente carlista al trono, es gracias a su mujer, María de las Nieves de Braganza. Esta aristócrata portuguesa vivió muchas horas de trayectos por la montaña, acompañada de su marido y otros carlistas. Lo explica todo en unas ilustrativas memorias tituladas “Mis memorias. Sobre nuestra campaña en Cataluña en 1872 y 1873 y en el Centro en 1874”. María de las Nieves de Braganza se convirtió en una figura muy querida por los carlistas, sin duda mucho más que su marido, el infante Alfonso Carlos.

Recomendación: Que os leáis dos buenos libros escritos por Marià Vayreda y ambientados en la Garrotxa carlista: La Puñalada y Recuerdos de la última guerra carlista. Con la lectura de estos libros os lo pasaréis bien, viviréis aventuras, enriqueceréis el vocabulario y descubriréis la geografía y la historia del país.

Geografía de las guerras carlistes: La fuerza geográfica de los carlistas fue siempre la montaña. La península ibérica, Navarra, el País Vasco, el Principado de Cataluña y el Maestrazgo fueron zonas donde el movimiento carlista encontró más apoyo y, por lo tanto, donde se concentraron la mayoría de los acontecimientos de las guerras carlistas. En Cataluña, las comarcas de la Garrotxa, el Ripollès, Osona, el Solsonès o el Berguedà, entre otras, se llenaron de columnas de hombres armados dispuestos a luchar contra las tropas de los soldados del ejército español. De esta manera, el Pirineo y el Prepirineo se convirtieron en feudos carlistas. De hecho, los carlistas se movían por el territorio con mucha facilidad, aunque es cierto que hay poblaciones más implicados en el conflicto que otras. En su libro, Vayreda nos habla de la masía Cavaller de Vidrà, lugar donde se alistó y volvió, años más tarde, en otra situación bien diferente. En Camprodón pasó una larga temporada, primero recuperándose de las heridas y después disfrutando, a veces en exceso, de las comodidades de la retaguardia. Una de las poblaciones que guarda un mal recuerdo de las guerras carlistas es Tortellà, ya que fue el escenario de varias batallas cruentas y, finalmente, fue incendiada por el general Francesc Savalls, en un acto de venganza por el apoyo de este pueblo a los liberales.

Los carlistes: El carlismo fue un movimiento que combatió el régimen político español propugnando otra línea dinástica al trono. En un primer momento, los carlistas luchaban porque el rey fuera Carlos V y de aquí les viene el nombre. Más adelante, también defendieron sus descendientes, se llamasen o no Carlos, aunque la mayoría sí tuvieron este nombre. Fue un movimiento conservador, católico y rural que buscaba combatir la modernidad y el progreso en todos sus aspectos. Hubo tres guerras carlistas a lo largo del siglo XIX (hasta el año 1936 se llamaban guerras civiles) y, en todas, los carlistas fueron derrotados. La primera fue la más larga, en los años treinta. A finales de los cuarenta se produjo la segunda, centrada en Cataluña y conocida aquí como “la guerra de los madrugadores”. La tercera se inició a principios de los años setenta y duró tres años. Las alianzas internacionales de los carlistas eran los estados pontificios y los absolutismos europeos. Sus apoyos internos fueron, en más o menos intensidad, la Iglesia, los propietarios rurales, jóvenes impetuosos en busca de aventuras y la mayor parte de la población rural, a quien no le acababa de gustar todo lo que el liberalismo y la modernidad conllevaban: desde cambios morales hasta el teléfono o la industrialización, pasando por la teoría de la evolución o las desamortizaciones. No obstante, también se sumaba aquí el sentimiento de lucha catalán contra el estado español, que empezaba a mostrar una vertiente centralizadora.

Marià Vayreda: Marià Vayreda era un joven de 19 años que se incorporó en el ejército carlista en 1872. Una vez alistado vio a los carlistas avanzar y retroceder y ganar y perder posiciones por las montañas catalanas, hasta que en 1875, en previsión de la más que probable derrota carlista, se exilió en Francia. Pocos años después volvió a Cataluña. Al cabo de unos años de pintar empezó a escribir. Solo nos dejó tres libros, de los cuales el más conocido es La Puñalada (1904). Está ambientado en la Alta Garrotxa, donde después de la segunda guerra Carlista hubo personas que no pudieron – o no supieron – adaptarse de nuevo al pueblo y se quedaron en las montañas como bandoleros (robando, secuestrando y huyendo de la justicia). Otro de los libros que escribió es Recuerdos de la última guerra carlista (1898). Es una obra basada en sus propias vivencias durante la guerra, aunque escrita 20 años después de los hechos. Describe cómo era la vida de los que se apuntaban al alzamiento carlista contra el gobierno y las penas de los combatientes: dormir poco y comer todavía menos. Entre muchas otras anécdotas, cuenta que en un intercambio de disparos era más fácil que te tocasen los tuyos que no los contrarios, debido a la mala puntería y al poco entrenamiento de los combatientes. Pero además de anécdotas, en su obra también hay magníficas descripciones de los distintos personajes que participaron en las guerras carlistas. Gracias a este estilo descriptivo y la riqueza de vocabulario, Vayreda consigue llevarnos a las montañas y conocer la gente que las habitó hace más de 150 años. Un placer lingüístico de primer orden. Pero no solo habla de guerra, ya que en el conjunto de su obra también hay citas y reflexiones sobre la vida cotidiana y la manera de verla en las diferentes edades. Así, en el capítulo “Fantasies” (Fantasías) leemos: “La vida es un pan de cuscurros: cuando lo empezamos lo derrochamos y hasta lo damos a los perros, pero cuando se acaba, cuando ya no quedan más que los últimos mendrugos, duros y mohosos, lo acompañamos con todo y hasta nos lo disputamos con la familia”. A lo largo de su vida evolucionó políticamente, desde posiciones muy reaccionarias hasta a un catalanismo conservador. No obstante, era un catalanismo insobornable, como lo demuestran algunos de sus comentarios a lo largo de su obra.

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